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Quien os escribe no tuvo la fortuna de haber logrado jugar al rugby cada tarde de cada gris y plomizo sábado. No pude disfrutar de haber mamado el alma del rugby desde pequeñito, no tuve tardes de linimentos, cardenales, esfuerzo, y sudor. Desde el tiempo pasado me hubiese gustado haber podido oler el verde del césped, aunque en mi época seguramente hubiese sido albero y barro.
Ahora desde la línea de banda disfruto viendo jugar a mi hijo y a sus amigos y compañeros. Sé que llegará el momento que sus  piernas tal vez ya no quieran tantas salidas de tercera, a pesar que su cabeza siga buscando la cadera de los medios del equipo contrario. Del rugby vivo a diario en su interior, aprendiendo una valiosa liturgia, útil bagaje para el resto de la vida cotidiana. Asimilo que quince empujan más que uno, pero que si uno no empuja, el resto lo nota. Aprendo a callar, a bajar la cabeza con respeto sin sentirme menos que nadie, a ser honesto, y ver cómo hay que vaciarse para quedarse lleno. A comprender que por el simple hecho de formar en círculo, abrazando a tus compañeros, repitiendo la palabra humildad, humildad una y otra vez, ya eres  vencedor; independientemente de que te dejen a cero o no. Entendí por qué los pasillos son tan importantes. Sobre todo cuando has ganado y debes premiar el esfuerzo del otro equipo.
Desde esa orilla, mi lugar en la banda, observo como sabéis aceptar sin quejaros, a no resignaos, a observar cómo se trabaja para saber lo que cuesta ganar un metro en silencio, y lo fácil que es perder diez por no saber callar. A respetar las decisiones de una forma férrea, a aplaudir los errores del equipo de mi hijo, que también son los míos, y sobre todo a observar la grandeza de ver como os levantáis, una, diez, cien, mil veces. Este deporte de rufianes practicado por caballeros, me enseña valiosas lecciones. Muchas ajenas e incomprendidas a ojos de los no iniciados. A ver cómo tras un día después lleno de dolores y magulladuras, feliz y realizado por la entrega, el compromiso, y muchas otras cosas difíciles de entender, menos por supuesto por una madre.  A saber el valor de una áspera camiseta rayada, malla del valor y el deber. A un tercer tiempo donde todo lo que queda son anécdotas, abrazos, convivencia, caballerosidad, camaradería, risas y un hasta la próxima.
Si alguna vez pudiste vivir desde dentro el rugby, siempre serás miembro de una familia sin fronteras, con una lengua, un pensamiento y una visión común. ¿El sitio? Da igual, ya no habrá barreras. Incluso cuando lo hayas dejado -lo observo en quienes fueron jugadores y hoy padres-  las protecciones te perseguirán, reconocerás alguna camisa en algún desconocido y si le preguntas ¿jugaste al rugby? al momento comparten una cerveza. Y… es que tal vez dejes de ser muchas otras cosas, pero ya siempre serás rugbier frente a la vida.
Creo que en nuestro caminar por la vida se trata de ir mejorando en todo lo que llevamos a cabo, creo que en nuestra naturaleza humana se haya inscrita una tendencia al crecimiento. Evidentemente, nos equivocamos, no somos perfectos, nadie lo es, pero, en conjunto, debemos ir dando pasos hacia adelante en todos los ámbitos. Para ello, por qué no podemos enriquecernos a partir de modelos ilustres. El rugby es la mejor escuela de vida en la que podéis estar.
Hoy iniciáis el viaje para representar a vuestro club, a vuestra ciudad y a vuestra región en el Campeonato de España de vuestra categoría, tras ser campeones de Andalucía. No dejaros atrás los valores que os han llevado hasta lo que habéis sido capaces de conseguir, tenéis el potencial necesario para más altas cotas, lleváis un trocito nuestro dentro de vuestros inmensos corazones, los que nos quedamos en Sevilla y los que os acompañan en este torneo, os deseamos toda la suerte, CAMPEONES.
Vaya, con este escrito además, mi reconocimiento a todos los que han hecho y hacen del rugby lo que es. Ojalá nos siga iluminando su ejemplo.
Antonio Sosa

 

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